Casa de Muñecos

Álvaro Ramírez Velasco

Y la Musa se hizo de carne y hueso,
de imprudentes deseos
de estallido de luz…

Apareció descarada
iluminando una Casa de Muñecos
con su sonrisa desvelada

Me atrapó con su mirada,
con el vaivén de sus pasos
Me turbó con sus manos delgadas,
con su piel y su carmín

La miré, la escuché
La merendé con la mirada,
con las horas y el café

¡Chocolate para el alma!
¡Expreso doble para la obsesión!
¡Tabaco para la ansiedad!
¡Analgésico de miradas!
¡Sedante contra la pasión!..
… calma, calma, calma…

La miré, y ella con sus ojos percudidos
me sacudió la razón
La Musa se hizo de carne y hueso
y de cristal mi corazón

Vino su voz, su serena voz
apagada por el frío
suspirándome su historia

Redacté en sus comisuras
el inventario de lo que ocurrirá

Me aprendí sus ojos
sus cejas, su nariz
su cabello, su cuello
su tímido escote
sus piernas, sus rodillas
su barbilla, sus mejillas
sus pestañas, sus uñas despintadas,
el color de su voz… su serena voz

Me detuve en su boca
para no dejarla ir…

Pero aún no la besé,
ni busqué su cuerpo en un abrazo,
ni le insinué una caricia;
aún no me robé sus manos,
ni insistí en sus comisuras…

Ya vendrá el amanecer entre su pelo
Ya vendrá el sol en su mirada
Ya vendrán los besos tiernos
Ya vendrán las caricias desbordadas
Ya vendrán… ya vendrán…

Y la tarde se hizo noche
Y la noche se hizo breve

Llegó el tiempo de partir
Arribó el tiempo para pensar,
para caminar entre las iglesias,
para sentir el invierno en la cara
para beberme el suspiro que me dejó…

La Musa se hizo de carne y hueso
de imprudentes deseos
de inconfesables planes
de aromas, de sonidos
de placeres contenidos
de tiempo para caminar
para caminar entre las iglesias…

La Musa se hizo de carne y hueso
de imprudencia y de descaro
de deseo y de arrebatos
En la Casa de Muñecos
le ofrecí hogar
en mi corazón…

Las huellas que dejaste

(Canción)

Álvaro Ramírez Velasco


Deja que tus manos sigan construyendo
Las notas que arrancan lágrimas al alma
Notas que reviven amores lejanos, nostalgias perdidas
Notas que me inundan de amor para ti…

Deja que en mi pecho yo siga llorando
El dolor inmenso de estarte extrañando
El día en que te fuiste, cuando decidiste no estar con nosotros
Cuando decidiste llegar hasta Dios…

Deja que alguna vez mirando al cielo
Yo me encuentre con las huellas que dejaste al partir
Y curar tu soledad, cuando tenga que marchar
Saber a dónde ir

Deja que alguna vez aun entre sueños
Yo me encuentre con el brillo de tus ojos
Y poderte consolar, para al fin descansar
De esta inmensa ansiedad…

Deja que tus manos sigan construyendo…

Inventario

Álvaro Ramírez Velasco

En el inventario de mis ansias está tu voz, tu serena voz
Están tus palabras, tus frases contundentes, tu forma de tomarme por sorpresa
Está en mi noche la imagen ciega de tu sonrisa desvelada
Están en mi ilusión tu risa, tus bromas
Está en la espera tu descaro endulzándome
Está en lo mucho que me gustas todo junto, todo eso, todo, todo...
Y por eso me gustas y por eso me enamoras, por todo lo que aún no percibo y por todo lo que veo, con los ojos bien cerrados...

Ella

Álvaro Ramírez Velasco


Ella, que me mira invadida de prisa, que pone a prueba mi paciencia, que juega con mi experiencia, que representa un reto tan grande.
Ella, que sabe todo de mi vida, pero que todo lo mío le importa tan poco.
Ella, que no sabe por qué me quiere, pero que asegura que lo hace, que me adora.
Ella, que me responde casi siempre con un "no sé" y lacónica termina las conversaciones dejándome lleno de dudas.
Ella, que me obliga a que me guste lo que ella disfruta, y yo tonto termino también disfrutándolo.
Ella, que me llena de celos apenas la busca alguien, apenas le llama alguien con pretextos para, por teléfono, hablar con ella.
Ella, que ya no quiere ser la princesa de la boca de fresa, porque su boca se cubre de carmín.
Ella que me muerde el corazón y me llena de marcas.
Ella, que inexorablemente un día me abandonará.
Ella, que tiene todo mi amor.
Ella, que apenas tiene once años, ahora duerme, mientras yo tiemblo de miedo, porque ella está creciendo.

La voz de la musa

La musa se descubrió yendo a la cama con una sutil sonrisa, de esas que levantan las comisuras de la boca de manera casi imperceptible, de esas que traes puestas casi sin percatarte de ellas, de esas que sólo provocan los dulces pensamientos...
Y entonces cayó en la cuenta de que fue ese chocolate para el alma, la razón de su sonrisa desvelada.
Y entonces se preguntó: ¿será cierto?..
Porque nunca antes nadie había advertido la capacidad de sus poderes, con tanta claridad; porque a pesar de haber inspirando tantos sentimientos y movido tantas almas, nadie se había atrevido a confesarlo tan abiertamente, a admitirlo ante todos los vientos, ante todas las demás musas, que hoy la veían llenas de envidia y se preguntaban el porqué ella era tan poderosa, más poderosa que ellas.
Nadie, al menos que ella recordara, le había dado, con tal contundencia, el honorable título de musa, nadie le había hecho notar que sus poderes podía generar noches luminosas, días tan alegres, y todo, a la distancia, con miradas que no miran, con su voz, su serena voz.
¿Será cierto que soy yo?, se volvió a preguntar. Y es que le encantaba la idea de ser la musa etérea de esas hermosas palabras. Le fascinaba el misterio y esa perspectiva desconocida de sí misma.
Le encantaba esa nube para soñar, en que todo podía ser diferente.
En medio de esos pensamientos, la sutil sonrisa se dibujo todavía más en su rostro. Cerró los ojos, y se dejó besar en la mejilla por Morfeo. Mañana, será otro día, mañana, la sonrisa seguirá ahí.

Trece años después

Álvaro Ramírez Velasco

Ha llegado ese día. En este año. Trece años después.
Estoy listo ahora para dejarte ir.
Las heridas están abiertas, lo sabes; las has sufrido conmigo todo este tiempo.
Me quedé más de una década instalado en el enojo. La ira por momentos no me ha dejado vivir plenamente.
Yo soy un lastre para ti; tú eres una cadena.
No han cambiado mucho las cosas, aún me lastima tu decisión, tu cobardía, tu silencio.
Pero algo se ha movido ya. Estoy listo.
Todo lo que pensé que era necesario e importante para mí ya no está, o ya no es igual, o simplemente no era como yo suponía. La gente sigue igual y por eso es decepcionante. Yo ya no.
Eso me ha enseñado a dejar que las cosas, las personas, los recuerdos buenos y malos, deben partir un día.
El tuyo ha llegado.
Vete, no estoy en completa paz, pero si no te marchas nunca lo estaré.
Sin embargo, el desasosiego ya no es tan intenso y la calma se asoma más seguido a mi puerta, por eso sé que llegó el momento.
Ya vendrán las lágrimas, los días me traerán las respuestas que dejaste huérfanas.
Hoy, trece años después en el mismo lugar, nos despedimos al fin.
Un día podremos darnos la mano, abrazarnos en la imaginación. Estoy seguro de eso.
Levántate del ataúd, vete a conseguir tu paz. A mí me quedan muchos años por vivir y muchas cosas por hacer.
Te perdono hermano. Tú sabrás cuándo me perdonarás a mí o tal vez ya lo hiciste.
Vete, Kito, ya no podemos andar juntos.
Hoy, trece años después te puedo decir que te quiero y te he extrañado mucho.

Chocolate para el alma

Álvaro Ramírez Velasco

Cómo me gusta tu voz, tu serena voz
Cómo disfruto tu impalpable presencia en mis días
Tu sutil encanto, aún desconocido, que viene y que va
Que aparece y desaparece, como lo hacen tus migrañas
Como lo hacen mis ocupaciones y mis ojos en tus fotos

Qué indispensables se han vuelto tus epístolas
Qué misteriosa es tu vida, contada a retazos
Más por otros que por ti…
Más por tus mensajes que por tu voz…
Cómo me gusta tu voz, tu serena voz

Cuánta alegría le imprimes a las horas largas
Cuán cortas son las palabras que me dejas
Cuán abundantes las preguntas y las sonrisas
Que construyes desde el otro lado de una nada virtual

Cómo es ácido el café que todavía te espera
Pero qué dulce se ha tornado esta espera indefinida
Y por eso ¡no hay más! Ya no más café

Hoy pediré chocolate, chocolate para acariciarme el alma…

El cuento de la cenicienta

Álvaro Ramírez Velasco

Encuentro fugaz, duda perpetua, añoranza incesante de lo que no fue...
Una escalera, un abrazo tímido, una sonrisa apresurada y luego el cuento de La Cenicienta...
Corriendo de prisa te marchaste, colgándole un adiós a la mañana, un hasta luego a las ansias...
Se había acabado el encanto, pero afortunadamente no te convertiste en calabaza...
Afortunadamente, este cuento todavía no termina de escribirse...

Cielo escarlata

Por Álvaro Ramírez y una musa anónima

La incertidumbre era tu sonrisa en una pantalla
La esperanza, vestida de cielo, el cielo pintado de escarlata
La nostalgia, con olor a tierra mojada; el adiós de nuevo acechando
La noche una vez más melancólica con tonos azules, añiles
El sol, furtivo, escondiéndose como pecador arrepentido en el horizonte
Buscando un pretexto para volverse a asomar, sin que lo llamen
Inoportuno en medio del frío de este otoño que huele a invierno
La sombra gris de los volcanes y la ciudad encendiéndose como un mar de luciérnagas…
Apareció entonces tu lágrima, incomprendida, víctima de detractores insensibles
De inoportunos que nos vienen a importunar
Llegó entonces tu lágrima en medio de las murmuraciones
Pero ya no te importó, porque te lavó el alma
Y de nuevo, el cielo se hizo escarlata

Piedra de tropiezo

Álvaro Ramírez Velasco
(Canción)

Qué bueno que estuviste aquí
En mis rezos, en mi alma, en mis días, en mis besos, en mi cama
Qué bueno que viniste a mí
Con tus risas, tus enojos, tu esperanza, con tu soledad

En el calor de tus caderas el tiempo se hizo breve
Pero ya no importa, y aunque a veces dueles
Me mantengo en pie y digo: “qué bueno que estuviste aquí”

Fue muy bueno lo que dejaste en mí
El anhelo de otra vida, la nostalgia compartida, tu perdón
Y es tan bello lo que trajiste a mí
Tus abrazos, tus reproches, tus palabras en las noches, tu canción

Es por eso que aunque hiere, hoy acepto tu partida
Es por eso que aunque duele, asumo que tienes que seguir
Debes construir una vida, aunque yo no esté ahí


No seré piedra de tropiezo
Obstáculo en tu vida
Ni lágrima ni disfraz
Tú y yo hemos quedado en paz
¿Cómo podría no quererte?


Qué bueno que estuviste aquí
Y me besaste con los besos de tu boca y me miraron tus ojos
Qué bueno que vives en mí
En el recuerdo, en la nostalgia, en la fe y en todos mis pasos

La triste historia de las musas

Álvaro Ramírez Velasco

Es lamentable, pero el final de las musas es siempre el mismo: se convierten en recuerdo y duelen mucho, porque dejan un gran vacío, imposible de llenar; o se vuelven tedio y estoban, porque obstaculizan la llegada de otras musas. Es lamentable.

Por qué te amo

Álvaro Ramírez Velasco

Te quiero por tu boca, por tu lengua, por tu imaginación, por tus bromas ácidas, por la simpleza de tu risa, por tu furia intolerante; te quiero por tus manos, por tu nariz, por tus cejas tenues, por tus rezos, por tu aroma, por tu voz chillona, por tu porte de dama, por tus descaros absurdos.

Te amo por tus senos, por tu cadera, por tu humedad, por tu cintura, por tu sonrisa pueril, porque a tu lado la lluvia huele a felicidad y porque sin ti el sol quema y duele; quiero a la adolescente que ya se fue; adoro a la niña que no conocí; amo a la mujer que acompañó a su madre en su lecho de muerte.

Te extraño por tu esperanza, por descorazonarme, por haberme querido, por tu actitud de perdona vidas, por tu recato, por tu desnudez, por las horas juntos, por las noches breves, por la inmensa nostalgia.

Te quiero por ser tan dura, por las veces que estoy dentro de ti; por maltratarme cuando te llega la impaciencia.

Te quiero por tus verdades, que casi siempre saben a mentira… te quiero porque no sé cómo odiarte.

De nuevo amaneció

Por Álvaro Ramírez Velasco

Me amaneció sin tu cuerpo
Con la inmensidad de esta cama diminuta
El edredón arrugado y solitario
Las sábanas y el corazón fuera de su lugar

Me amaneció sin la esperanza
Con las almohadas empapadas de tu olor
Con el ruido triste de la avenida
Y el escándalo que dejó el silencio de tu voz

Me amaneció el alma seca
Mis ojos extrañando tus caderas, tu cintura
La urgencia de tu humedad
El roce de tu lengua, tus manos, tu serenidad

Me amaneció un día gris
El eco de pasos que con prisa te alejan de mí
La nostalgia y un café casi frío
El poquito consuelo de que puedes ser feliz

Y me amaneció la resignación
El inventario de los besos, el álbum de la pasión
El deseo de que dejes de sufrir
La certeza de que tú y yo hemos quedado en paz

Pensamientos en cascada

Por Álvaro Ramírez Velasco

Hoy, la vida tiene sabor a lágrima en estación... Pero al menos nos quedan los recuerdos, los suspiros, el tabaco, el café y las noches de Morelos... Y es que el amor tiene esa inevitable carga de dolor, que lo hace imperfecto y adictivo... Por eso siguies siendo tormento incesante, urgencia del cuerpo, martirio del alma, beso de judas, caricia de Dios...

A medianoche entre brujas y hadas (Cuento, primera parte)

Álvaro Ramírez Velasco

Todo en ella tiene un matiz delictivo que contrasta con su dulce rostro.
¿Su mirada? Ni qué decir: audaz, ansiosa, anunciando el brillo que llega como fuego tras haber planeado un hechizo más.
¿Su edad? Las brujas no tienen edad. Es eterna.
No está viva, sólo muere un poco cada noche; no lo suficiente como para que se extinga el veneno de sus delgados labios.
¿Su aroma? A melancolía. A incienso penetrante; en ocasiones a soledad y tristeza.
No puedo definir su olor, es único... ¡Ah, también peligroso! Si te acercas ligeramente a su cuello, quedarías inexorablemente rendido a sus pies, embrujado, tal vez para siempre.
¿Hasta la eternidad? No sé, hay eternidades que empiezan por la moraleja.

Genaro interrumpió el monólogo que Obed escuchaba con atención, sintiendo tal vez un poco de miedo. Los dos, solos a medianoche, caminaban por Avenida Observatorio. La francachela había quedado atrás.
Sin llegar a la embriaguez, habían bebido desde las seis de la tarde, y hasta que la escasez de efectivo dejó para otra ocasión una descomunal parranda.
Fue entonces que Obed, en medio de su incertidumbre, quiso dar un tono simpático a la narración de Genaro:
-No me vas a decir que tu bruja vuela en escoba-, ironizó.
-No cómo crees. Tiene un auto compacto color vino. Le encantan los colores oscuros, no sólo el negro-, le espetó casi molesto y continuó:
Sé que te lo tomas a broma, pero lo que te dijo es cierto. Yo mismo tuve mis dudas al principio, pero comencé a atar cabos: es a simple vista una mujer normal, bellísima sí, pero sin nada que delate su verdadera condición.
Después, la miras a los ojos con atención y descubres esa malicia, ese aire criminal.
Sus manos son delgadas, suaves, impecables, cuidadísimas, las debe mantener así para preparar con agilidad sus hechizos, sus "magias", como ella les llama.
Es delgada. Su silueta es excitante.
Es, por decirlo de alguna manera, extrañamente perfecta. No es que se trate de una modelo de Hollywood —por cierto ella odia ese tipo de películas—, sino que es frágil y hermosa. Está llena de impredecibles contrastes.
En una ocasión me le acerqué para pedirle un cigarro. Cuando me lo dio, de mamón le dije "gracias te vas a ir al cielo". Me contestó que no le interesaban ni el cielo ni el infierno, porque en el primero está Dios, quien, según dijo, se inyecta, fuma, bebe, porque no le pasa absolutamente nada, lo que lo convierte en una farsa. Y en el infierno, los delincuentes, criminales, asesinos, etcétera, no son los suficientemente interesantes para ella que los conoce a la perfección.
Después de decirme lo anterior sonrió y te juro que sentí pavor.

La noche transcurría en medio de un clima de paz; la luna se dejaba ver plena, iluminando por completo las avenidas que a su paso dejaban Obed y Genaro.
A ratos la narración de Genaro era interrumpida por el ruido del motor de algún táiler que pasaba muy cerca de ellos.
Así entre el miedo, el silencio y la excitación que producía el relato de aquella bruja posmoderna, los dos amigos llegaron hasta el Panteón de Dolores, ese inmenso templo de descanso eterno que se erige infinito, y que de noche es tétrico como ningún otro.

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El insomnio devastaba a Dulce; los excesos de ese fin semana la tenía al borde de la desesperación.
Buscó entonces un vaso, lo llenó de vodka; dos hielos y una cáscara de limón lo coronaron.
Apuró el brebaje casi de un sorbo; la noche anterior había “nevado” demasiado en sus adentros. Se sentía sola y triste. La melancolía la invadía.
Inevitablemente volvió al pasado. Recordó su último encuentro con María Sabina, hace apenas unos años, antes de que la bruja oaxaqueña emprendiera el viaje hacia el infinito.
Sus enseñanzas, sus consejos, lo último que le dijo, las recomendaciones que le hizo, todo vino de repente a su memoria.
Suspiró entonces por la compañía, la guía casi maternal, de la sacerdotisa.
María Sabina era unos quinientos años menor que ella; no obstante, Dulce la respetó hasta el umbral mismo de la eternidad, cuando tomó su mano y con un beso en la boca la despidió.

El dolor nasal vino de repente, aunque era bruja, también estaba supeditada al sufrimiento de los mortales, requisito indispensable para vivir entre ellos.
Miró por la ventana, se dejó tocar por la luz lunar. Se sintió mejor. Se acarició los brazos y los senos, mientras una sonrisa que súbitamente se transformó en carcajada hizo explosión y sus ojos se iluminaron.
Se llevó la mano derecha hasta el pubis; se tocó, dejando que sus dedos exploraran dentro de sí, abasteciéndola de deseo, de lascivia. Siguió tocándose, a la vez que apagados quejidos confirmaban el placer que sentía a flor de piel.
Llegó el último quejido, tras él un pequeño grito, después algunos jadeos que poco a poco se fueron extinguiendo.
La respiración poco a poco regresó a su ritmo normal.
Era una noche perfecta para salir de la oscuridad en que estaba agazapada, para penetrar en lo impredecible, una noche para una más de sus "magias".
Se vistió sin prisas con un impecable terno negro; disfrutaba la imagen que desnuda y a media luz le devolvía el espejo.
Tomó su bolso, hurgó dentro hasta encontrar una grapa de polvo blanco. La dejó sobre el buró, ya era suficiente por ese día, su sed ahora era de sangre y sexo.
Sus pasos tomaron la ruta del deseo.

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La Avenida de la Reforma se extendía casi solitaria; en su auto devoraba las calles que, sin rumbo fijo, la llevaban a reclamar un cuerpo, mil caricia, el voluptuoso antídoto contra su soledad.
Un silencioso monólogo la invadió por dentro:
“Soy capaz de trepar por las paredes, me hace falta calor, una vida en la víspera de la muerte. Un hechizo, tal vez. Necesito los ingredientes. Un cuerpo, una muerte que me resucite antes de llenarme de placer. Un poco de sangre coagulada, fría, el aperitivo perfecto para un banquete de sexo”.
Se acarició el cabello, sonrió sórdidamente. Dirigió su auto hacia el Panteón de Dolores, en donde solía “surtirse de las materias primas para sus hechizos”: extremidades humanas, cráneos aún semipoblados por cabello y carnosidad, sangre putrefacta, órganos deshidratados, etcétera. Era como un supermercado para brujas.

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Genaro encendió la última bacha de mariguana que celosamente había guardado en su morral y le ofreció una fumada a Obed, quien de inmediato la despreció. Consideró que era imprudente la combinar del cannabis con el litro de ron que aún transitaba sus venas.
Genaro sonrió y succionó con fuerza el cigarro. El humo pareció llegarle muy profundo, hasta la uña del dedo gordo del pie derecho. Sostuvo la fumada unos segundos y luego exhaló satisfecho.
—¿ Te sacó de onda lo de la bruja? —le preguntó Genaro con ironía y con la voz ahogada por el golpe de mota.
— No. Lo que me extraña es la soledad de las calles, no hay nadie a la vista, y mira en el panteón ya no queda ni la florista que casi siempre pasa las noches enteras esperando a sus clientes... Aún no es tan tarde —terminó diciéndose para sí.
— Mejor, así podemos cruzarnos por el panteón, para llegar más rápido a tu casa, pinche gordo.
— No me late
— No seas sacón, lo hemos hecho miles de veces —le reprochó Genaro.
Obed tronó los labios y asintió. Qué podía pasar si efectivamente era práctica cotidiana danzar borrachos entre las tumbas, sin mayor temor, salvo a que el vigilante los sorprendiera y llamara a la policía.

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A pesar de que la curva era cerrada, la aguja del tacómetro alcanzó los 150 kilómetros por hora, mientras el pie de Dulce se hundía en el acelerador.
A su paso y en la soledad de la noche se escuchaban sus carcajadas alejándose con el auto. De repente, cuadras antes del Panteón de Dolores, paró súbitamente para bajar del vehículo.
Primero apareció su pierna izquierda enfundada en medias negras y su pie en un zapato de un fino tacón. De la puerta del auto fue apareciendo más y más su larga y estupenda pierna hasta que casi al final de su muslo interrumpió una diminuta falda.
Bajó completamente para dejarle ver a la luna sus caderas anchas y sus glúteos musculosos y redondos, apretados por una minifalda de cuero negro, como el resto de sus ropas. Su cabello largo ondulado aún estaba húmedo y sus labios, pintados con un carmín de un rojo encendido como el pecado, brillaban con el beso que recibía de la luz lunar.

La cuerda ensangrentada (Prefacio de la novela)

Alvaro Ramírez Velasco

“No vale nada la vida, la vida no vale nada, comienza siempre llorando y así llorando se acaba... ”
José Alfredo Jiménez


Te bajamos lento. Te bajamos con mucho, mucho dolor. Los cirios se apagaron. Quedaste en el panteón, solo, sin calor, ya sin agonía. Con la calma fría que dejó la lluvia que acompañó tu entierro.
¿Qué me queda Kito?, ¿tu recuerdo?, este recuerdo que con los años superarán los días, los deberes, los amigos, los hijos. O tu esencia, tu forma de ser, tus canciones, tu ironía, tú.
No he podido llorar como quisiera, a mares, sin fin, quebrándome por dentro. A veces río cuando alguno de tus amigos, Óscar o el Gaby, cuentan alguna de tus anécdotas pueriles, divertidas, maliciosas.
A veces lloro cuando en tu cuarto busco inútilmente el olor que dejaba tu cruda bohemia, cuando reflexiono lo que pasa y sé que nunca volverás a tocar tu guitarra Ibáñez eléctrica.
Te amo y sé que te lo dije muchas veces, cuando me contestabas: “ya cabrón deja de estar chingando...” Lo sabías muy bien, y tal vez hasta inconscientemente te hacía falta mi cariño cuando te sentías solo y profundamente deprimido, tanto o más como hoy me hace falta escucharte, por lo menos mentándome la madre, igual que cuando te despertaba temprano, te abrazaba y te besaba.
No me lo explico. No sé cuándo mutaste del niño cariñoso y noble que solíamos ver, al hombre prematuramente amargado y ansioso. No fue sólo cuestión de edad o inmadurez, fue algo más que te hizo sufrir hasta el último respiro, y que sólo tú conociste.
Qué inútil resulta buscar las explicaciones que nos exoneran de culpa y esbozan la calma. Simplemente no hay caso. En nuestra familia se estila la ausencia de comprensión. Seguramente por eso no la buscaste entre nosotros. Quizá alguno de tus amigos, para quienes eras alegre, talentoso y feliz, lo sepa; ahora eso ya no importa.
¡Cuántas pendejadas me abordan hoy! Pero necesito escribirte esto, escribírselo a todos, absolutamente a todos los que te conocieron. Decirles: me duele, me quema y me rompe lo que siento; contarles mi parte de culpa. Porque en esta tragedia todos tenemos algo de culpa: hay buenos y malos; víctimas y verdugos.
Seguramente los últimos cinco minutos de tu vida fueron tan crueles como los primeros cinco meses sin ti, de infierno. Estuviste, tal vez, cinco minutos ante la disyuntiva de acabar con tu vida. Cuando pusiste la soga en tu cuello, posiblemente pensaste en mamá, pero no diste marcha atrás; pensaste en papá, pero no diste marcha atrás; pensaste en todo lo vivido, pero no diste marcha atrás.
Moriste lento, con la ansiedad que causa la falta de aire, la tráquea estrangulada, el cuello sangrante, mientras la vida se va.
Tuviste la última oportunidad que da la vida, pero elegiste la soga. La muerte la sentiste sólo un momento, minutos, segundos tal vez. Ahora ese dolor, esa angustia, esa muerte, a nosotros nos las dejas para siempre.
La gente comienza a irse; se quedan con nosotros sólo los más allegados. Cony, nuestra vecina, quien en dos días casi no ha dormido, arregla con los de la funeraria lo pendiente. Ella es abogada como papá y sabe de estos trámites.
Mañana es año nuevo. El próximo 16 de enero hubieras alcanzado los veinte años.
¡Carajo!, cuánto dolor.
Nunca pensé vivir algo así. Papá está llorando. Su impenetrable y sobrio rostro se han llenado de lágrimas. Si tú hubieras previsto tanta pena, nunca te hubieras suicidado.
Mamá está cansada, pero ni ésta ni muchas noches, durante muchos años, podrá dormir. Y ni esta noche ni ninguna otra dejará de llorarte. Yo tenía mucho miedo de que fuera a enloquecer durante el entierro. Pero mi madre es muy fuerte, y por momentos parece encontrar ligera resignación. Como siempre, es ella quien nos saca adelante; sabe esperar con fe el alivio que nunca llega.
Nancy, nuestra hermana mayor, está bien, al menos eso parece. Nadie lo sabe aún, pero está esperando un hijo. Será varón y llevará un nombre producto de su snobismo: Hazel. Él, Anellisse Karimme, Álvaro Adrián y todos los miembros de la nueva generación de nuestra familia preferirán no hablar de ti; preferirán olvidarte, ignorarte, como si nunca hubieras existido.
Cuando el cortejo fúnebre llegó al panteón, la lluvia era ligera pero tenaz. Los empleados aún no colocaban los toldos para proteger a los familiares y buenos amigos que te acompañaban por última vez:
—Órale hijos de la chingada, qué esperan —no soporte más y les grité.
—Hijo... que la gente te mira —me espetó doña Gloria Velasco Baños, nuestra madre.
No cabe duda, en ocasiones mi mamá tiene reacciones surrealistas. Era el momento más triste de nuestras vidas y se daba tiempo para recordarme la “educación” y las “buenas maneras”.

Kito:

Cuando, a manera de despedida, terminamos de cantarte las canciones que más te gustaban, quise ser yo quien cubriera con tierra tu ataúd, pero mis tenues fuerzas y los amigos sólo me permitieron dar dos paladas.
Lo que pasó después no lo recuerdo bien, no pensaba. Las lágrimas no me dejaron contemplar con lucidez el estúpido ritual. Sólo pude recordarte: tu sonrisa, tu voz y el brillo de tus ojos que no volveré a ver.
Necesito narrar tu vida. Que tu muerte no sea en vano. Que tu talento y tu recuerdo no se pierdan con la partida de tu cuerpo. Pagarte tanto y cobrarme otro poco: los dos sabíamos del cariño mutuo, pero no lo expresamos ni lo aprovechamos suficientemente.Cada una de estas palabras me duelen y en muchas de ellas tengo que regresar a momentos que no quisiera recordar. Vuelvo al sufrimiento que dejó tu huida. Pero tengo que hacerlo para asegurarme de no olvidarte, para que el tiempo no supere a la memoria.